lunes, 1 de marzo de 2010
"(...) La campana que lo llamaba a clase era un cotidiano corte entre dos mundos y su formación intelectual tuvo que andar así por dos calles distintas a la vez, como la rayuela, con las piernas abiertas entre los cuadros.
La escuela no continuaba la vida sino que abría en ella un paréntesis diario. La empiria del niño, su conocimiento vital recogido en el hogar y en su contorno, todo eso era aporte despreciable. La escuela daña la imagen de lo científico; todo lo empírico no lo era y no podía ser aceptado por ella, aprender no era conocer más y mejor, sino seleccionar conocimientos, distinguiendo entre los que pertenecían a la 'cultura' que ella suministraba, y los que venían de un mundo primario que quedaba más allá de la puerta..."
"(...) Este desencuentro entre la escuela y la vida producía un desdoblamiento en la personalidad del niño: ante los mayores y los maestros, se esmeraba en parecer un escolar cien por cien; frente a sus compañeros y fuera de los límites de la escuela defendía su yo en una posición hostil a lo escolar..."
"(...) Desde las primeras letras, nos ponemos en contacto con un mundo sofisticado que es el de la 'cultura', y al que entramos y salimos al entrar y salir de la escuela. La 'cultura' se identifica con el guardapolvo blanco planchado y almidonado, y ella se cuelga con éste, al retorno a la casa y a la rueda de los compañeros de juego..."
Arturo Jauretche en Los profetas del odio y la yapa
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